Mi libertad termina donde comienza la libertad de mi contraparte.
Fue hace unos años y me estaba buscando y conduje mi coche sin rumbo hacia el norte. Al acercarse la orilla, la mano de Dios me tocó y no podía dejar de llorar. Ante mis ojos velados por las lágrimas, hice preguntas tras preguntas sobre el sentido de la existencia, sobre mi camino, mi tarea.